Las mujeres occidentales no debemos hablar por las afganas, pero sí podemos solidarizar con ellas, amplificar su llamada de auxilio y actuar como una red eficaz de acogida a quienes soliciten refugio, cuando se apaguen los focos y asome el olvido”.
El anuncio de que los talibanes no permitirán que las tropas internacionales controlen el aeropuerto de Kabul más allá del 31 de agosto y la advertencia de que no dejarán pasar a más afganos, ha vuelto aún más caótica la crisis humanitaria desatada en las últimas dos semanas, tras su rápida toma del poder en Afganistán.
En pocas horas, despegará el último avión desde la capital, completando miles de personas evacuadas, pero dejando a millones a merced de un movimiento etno-nacionalista que ha demostrado su violencia y fundamentalismo, ahora sin contrapesos.
Las cámaras se apagarán y el riesgo será el paulatino silencio y el olvido; historia repetida en los conflictos entre poderes globales y regionales de las últimas décadas, que debemos evitar a toda costa. Sobre todo, ante la amenaza de supresión de los derechos humanos de mujeres y niñas, como ocurrió entre 1996 y 2001. “Los talibanes no nos han aceptado como parte de la civilización”, afirmó la activista Pashtana Durrani, mientras que la premio Nobel de la Paz, Malala Yousafzai, planteó: “En este crítico momento, debemos escuchar las voces de las mujeres y niñas afganas. Ellas están clamando protección (…) por el futuro que les fue prometido. No podemos seguir fallándoles”.
No se trata de convertirlas en víctimas pasivas. Es posible que muchas afganas intenten distintas formas de resistencia, arriesgando sus vidas, incluso, pero es una quimera. Otras no podrán o no querrán hacerlo, frente a una realidad socio cultural muy arraigada, que las supera con creces. Entonces ¿qué puede hacer la comunidad internacional para enmendar el devenir de una ocupación fallida y una retirada de fuerzas militares de EE.UU y la OTAN, que ha traído tanto dolor?
En primer lugar, actuar unida. Porque la comunidad internacional no son solo los países occidentales, son todos; por lo pronto, los 193 que comparten asiento en Naciones Unidas. En segundo lugar, tener una aproximación práctica —y no retórica— a la nueva realidad, desplegando herramientas de presión al gobierno Talibán para que garantice la protección de los derechos humanos. “Una línea roja fundamental” será la forma en que traten a las mujeres y niñas y respeten sus derechos a la libertad de movimiento, educación, expresión personal y el empleo, advirtió la alta comisionada de DDHH, Michelle Bachelet.
En tercer lugar, trabajar estrechamente con las naciones que tendrán algo que decir en la Zona como China, Rusia y Qatar y que comparten fronteras con Afganistán, como Pakistán y Turkmenistán, permitiendo corredores humanitarios para recibir a la población desplazada. Pero no solo esos países; los nuestros, los latinoamericanos, debemos apoyar en una acción coordinada el reasentamiento de las personas que logren llegar a estas latitudes. Y si bien las mujeres occidentales no debemos hablar por las afganas, sí podemos solidarizar con ellas, amplificar su llamada de auxilio y actuar como una red eficaz de acogida a quienes soliciten refugio, cuando se apaguen los focos y asome el olvido.
Por Alejandra Sepúlveda, presidenta ejecutiva de ComunidadMujer.
Columna publicada en La Tercera el viernes 27 de agosto de 2021.