La “rebelión” de las deportistas olímpicas llega en buena hora; ojalá todas sigan la estela. Ya no hay excusas ni están los tiempos. Francamente, hablamos de algo mucho más que simple “incomodidad”.
“Esperamos que las gimnastas que están incómodas con los atuendos habituales se sientan incentivadas a seguir nuestro ejemplo”, declaró la alemana Sarah Voss (21), quien acaba de desafiar las convenciones de vestuario de su disciplina en los JJOO de Tokio, como antes lo hizo en el Campeonato Europeo de Gimnasia Artística en Suiza. Hasta ese momento, las niñas solo se habían cubierto las piernas en competencias por razones religiosas.
La Federación Alemana de Gimnasia respaldó que sus deportistas se opongan a la “sexualización en la gimnasia” y sostuvo que el tema se ha vuelto aún más importante para prevenir el abuso sexual, ante las numerosas fotos de gimnastas de corta edad que circulan en internet atrayendo la atención “no solo de los amantes del deporte”.
La controversia ocurrió la misma semana en que la estadounidense Simone Biles (24) anunció que se retiraba de los JJOO para “centrarse en su salud mental”. Con cinco medallas y 25 mundiales, Biles es considerada la mejor gimnasta de todos los tiempos, la misma que en 2018 reveló sufrir abusos sexuales por parte del ex médico del equipo nacional, hoy condenado a 60 años de cárcel. Desde entonces, Biles ha dicho ser una “sobreviviente” que quiere levantar la voz para que otras no sufran lo mismo, experiencia traumática que aún la ronda y pudo influir en su salida de la competencia.
El abuso sexual es un tipo de violencia de género que tiene expresiones distintas en función del contexto en el que ocurre. El deporte es uno de ellos, pero no es el único obstáculo. Un reciente informe de ONU Mujeres y el Comité Olímpico Internacional plantea que ellas son discriminadas por estereotipos que asocian el deporte con “atributos naturalmente masculinos”, como fuerza y potencia física. Se suma la desproporcionada carga de tareas de cuidado que afectan el desarrollo de sus carreras; las situaciones de acoso y violencia que dificultan su inserción laboral y un desigual acceso a recursos económicos, instalaciones, oportunidades de profesionalización y ascenso a la toma de decisión.
Hace pocas semanas las jugadoras de la selección femenina noruega de balonmano fueron multadas por usar pantalones cortos, como sus pares hombres, contraviniendo el reglamento que plantea que ellas deben llevar bikini ajustado con “un máximo de 10 cm de longitud en los laterales” . En 2011, la Federación Mundial de Bádminton sembró la polémica al decretar que las jugadoras debían usar faldas o vestidos para ayudar a “reavivar” el decaído interés por este deporte.
Usar el cuerpo de las mujeres para vender o atraer público es abonar el camino para la violencia de género y la lógica perversa de agresores que defienden su actuar, diciendo que, si ellas se muestran, son culpables de provocar.
La “rebelión” de las deportistas olímpicas llega en buena hora; ojalá todas sigan la estela. Ya no hay excusas ni están los tiempos. Francamente, hablamos de algo mucho más que simple “incomodidad”.
Por Alejandra Sepúlveda Peñaranda, presidenta ejecutiva de ComunidadMujer
Columna publicada en La Tercera el viernes 30 de julio de 2021.