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Crisis migratoria: pregúntenle a Merkel

Chile puede ser un país que acoge y que regulariza al que llega, bajo sus condiciones, y también uno que evita la penosa estigmatización.

Angela Merkel, ex canciller de Alemania, dejó el poder tras 16 años sucesivos con un 71% de aprobación, suscitando un vacío difícil de llenar. Es claro que su partida no la despojará del sitial de gran estadista, de esas que marcan una época.

Los muchos análisis, destacan su actitud promotora de acuerdos y la defensa de la democracia, el libre comercio y el orden internacional como sellos de su gestión, en la que atravesó momentos muy difíciles, que premiaron o castigaron su popularidad. Uno de esos fue la crisis de refugiados/as en 2015, que afrontó en su tercera carrera electoral, rompiendo su “regla de oro” de evitar temas polarizantes. 
Tras visitar un centro de refugiados, decidió abrir durante un año las fronteras a un millar de personas migrantes sirias, afganas e iraquíes que huían de guerras y persecuciones, bajo la consigna: “Lo lograremos (…) Alemania ayuda donde hay que ayudar”. Un giro impensado que le valió críticas, una respuesta poco solidaria de sus pares que no la secundaron con el mismo ímpetu y el avance de la ultraderecha en su país. Merkel, no obstante, nunca se arrepintió de su determinación. “Tomaría las mismas decisiones esenciales”, declaró cinco años después, invocando el deber humanitario.

Imposible no pensar en este liderazgo decidido y fraterno, que se extraña en Chile al enfrentar la crisis migratoria. Por estos lados parecen olvidar que se trata principalmente de familias venezolanas que huyen de una dictadura férrea y que entran irregularmente, sin un proyecto migratorio claro, para sobrevivir en calles y plazas, con escasa ayuda y opciones de visado, pero con la esperanza de un futuro más digno. Según el Servicio Jesuita a Migrantes, los ingresos por pasos fronterizos no habilitados se han multiplicado siete veces desde 2018, cuando el gobierno de Piñera estableció medidas administrativas restrictivas, con foco en Seguridad Nacional. Ni las cuestionadas expulsiones con overoles blancos han logrado detener este éxodo de miles de personas.

Por cierto, ningún país del mundo puede hacerse cargo solo del problema, ni siquiera la fuerte Alemania. Por eso se requiere una estrategia integral, que incluya la cooperación internacional, en particular de la región; una política que promueva el equilibrio entre la legítima aspiración de permitir una migración segura, regular y ordenada y la ayuda humanitaria con irrestricto respeto a los derechos humanos.

Esto no puede dejarse al criterio de la ciudadanía ni a la manipulación de una ultraderecha que propone construir zanjas. La autoridad -central y local- debe dar gobernabilidad con diálogo. Chile puede ser un país que acoge y que regulariza al que llega, bajo sus condiciones, y también uno que evita la penosa estigmatización, que sólo empeora la convivencia hasta llegar a extremos como lo ocurrido en Iquique, con la quema de las pocas pertenencias de familias venezolanas, en medio de discursos de odio. La señal de la autoridad debe ser clara y consistente. Si no, pregúntenle a Merkel.

Por Alejandra Sepúlveda Peñaranda, presidenta ejecutiva de ComunidadMujer.

Columna publicada el viernes 8 de octubre de 2021 en La Tercera.