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El doble estándar de Qatar

El fútbol no solo es un deporte, también es político, y en torno a él siguen ocurriendo situaciones dramáticas e inconcebibles. ¿Están los tiempos para “dejar pasar” las vulneraciones contra los derechos humanos? ¿Acaso una de las vitrinas más relevantes a nivel global puede hacer vista gorda? Señores, coherencia por favor.

Hace 12 años que Qatar fue nombrado país anfitrión de la Copa del Mundo 2022, una decisión controversial que, por estos días de fiebre futbolera, nos recuerda cuán cuestionable es que la cumbre de este deporte se haga en una nación acusada de violar los derechos humanos (Human Rights Watch), que somete a las mujeres a múltiples vulneraciones y a la dominación masculina en todos los ámbitos de su vida.

El doble estándar en toda su expresión. El poder del dinero ha primado, una vez más, por sobre los valores universales, lo que a muchos nos resulta inaceptable. Por eso, es positivo que artistas relevantes hayan decidido no “prestarse para el show” en esta cita. Una protesta simbólica, que si bien no ha detenido el gran evento, al menos ha mostrado su lado más oscuro, invitando a responder preguntas incómodas. ¿Cuáles debieran ser nuestros límites?

La información está a la vista. Basta con ingresar en Google los conceptos “women qatar world cup” para ver que cientos de millones de resultados abordan las múltiples discriminaciones que ellas sufren en dicho país.

Los hechos en Qatar, por cierto, no son historia reciente, aunque hoy se hable más de ello gracias a la agencia de las propias mujeres. En 2020, por ejemplo, un grupo de ellas demandó a Qatar Airways por “revisión ginecológica invasiva” en el aeropuerto de Doha; y en 2021, la funcionaria mexicana del Mundial Paola Schietekat denunció una agresión sexual y, contrario a lo que se esperaba, se le acusó a ella, de vuelta, de cometer el delito de “convivencia fuera del matrimonio” con una condena de siete años de cárcel y 100 latigazos. Afortunadamente pudo salir de sus fronteras en plena disputa legal.

En ese país, las mujeres deben pedir permiso a sus “guardianes” (padre, esposo o hermano) para casarse, viajar o tener un empleo público; acceder a tratamientos de salud reproductiva y controles ginecológicos básicos. Ellas no pueden ser tutoras de sus hijos/as y, al momento de heredar, las hijas reciben la mitad que los hijos, entre otros. Desde 1998 las mujeres tienen permitido ingresar a los estadios y (¡recién!) un año después obtuvieron el derecho a voto.

El fútbol no solo es un deporte, también es político, y en torno a él siguen ocurriendo situaciones dramáticas e inconcebibles. Las mujeres están dando la pelea, desde su lucha por ingresar a los estadios en Qatar e Irán -en Afganistán, ya ni siquiera pueden hacer deporte y ocupar espacios públicos- hasta el movimiento de las jugadoras en Occidente por cerrar las grandes discriminaciones de género en el fútbol, dignificar la profesión e ingresar en igualdad de condiciones a las ligas y equipos.

¿Están los tiempos para “dejar pasar” las vulneraciones contra los derechos humanos? Si bien éstos y su respeto son primeramente obligaciones de Estado, su defensa nos compete a todos y todas. ¿Acaso una de las vitrinas más relevantes a nivel global puede hacer vista gorda? Señores, coherencia por favor.

Por Alejandra Sepúlveda Peñaranda, presidenta ejecutiva de ComunidadMujer

Columna publicada en La Tercera. Foto: Getty Images.