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No es blanco o negro

El camino en Chile ha sido optar por más democracia y no menos. Y hemos aprendido cuán importante es que la solución a nuestros problemas incluya a la ciudadanía, a través de mecanismos de consulta y participación. En ese sentido, el voto obligatorio debiese ser la regla y no la excepción.

El poder constituyente volvió al Congreso. Tras la colosal derrota del Apruebo, las fuerzas políticas se aprestan a acordar las definiciones para retomar el itinerario de una nueva Constitución para el país. Para unos se trata de un “ahora o nunca”, de la última oportunidad para lograr un pacto social que otorgue un nuevo marco de convivencia, que permita cohesionarnos para afrontar de mejor manera las grandes brechas de desigualdad que debemos cerrar y nuestro camino al desarrollo sostenible. Para otros el apuro no es tanto…

Después del frustrado trabajo de la Convención el último año -la “farra” del proceso- y de un texto que no convocó, generó incertidumbre en buena parte de la ciudadanía, los resultados del plebiscito de salida no debieran leerse en blanco y negro, en términos de vencedores y vencidos. La realidad es tanto más compleja y, seguramente, en los más de 12 millones de personas que acudieron a las urnas existía una multiplicidad de razones, comunes y diferentes, para marcar su opción en la papeleta, planteada en clave todo o nada.

Estos años no nos han dado tregua, con estallido social, pandemia, crisis económica y de seguridad, y una institucionalidad que no ha logrado avanzar en dar respuestas a la ciudadanía. Ya el PNUD lo advirtió esta semana: más del 90% de los países han experimentado involución en sus indicadores de progreso en los últimos tres años, en un contexto de incertidumbres sin precedentes, que polariza y paraliza a la sociedad.

Aun así, el camino en Chile ha sido optar por más democracia y no menos. Y hemos aprendido cuán importante es que la solución a nuestros problemas incluya a la ciudadanía, a través de mecanismos de consulta y participación. En ese sentido, el voto obligatorio debiese ser la regla y no la excepción, porque dota de gran legitimidad las decisiones en nuestros procesos eleccionarios y nos evitará los puntos ciegos que nos han acompañado en esta década de voto voluntario.

Es cierto que una nueva Constitución no será la solución a todo, pero sería un error pensar que ya no es necesaria. Como señala la académica Yanira Zúñiga en el libro Nunca Más Sin Nosotras (2022), “se trata de la norma articuladora del sistema político-jurídico, la que diseña las instituciones, recoge los grandes principios y valores de la vida social, establece qué intereses pueden ser considerados derechos humanos y cuáles deben ser sus protecciones, y la que permea distintos espacios regulativos”. No por casualidad “aquello que una Constitución nombra y dignifica, tiene más posibilidades de transformarse en algo protegido y valioso socialmente”.

El proceso constituyente que, es de esperar, tome pronto un nuevo cauce, debe conservar su carácter inclusivo, participativo y paritario. Sin una Constitución que recoja ampliamente los intereses, experiencia y miradas de las mujeres, y de la diversidad que somos quienes construimos Chile, será muy difícil avanzar hacia nuestro desarrollo, el de todas y todos. Es la hora de la política.

Por Alejandra Sepúlveda Peñaranda, presidenta ejecutiva de ComunidadMujer

Columna publicada en La Tercera