Retomar la discusión de la jornada laboral ofrece la oportunidad de repensar estrategias para una organización más justa de los tiempos de trabajo y los beneficios sociales que conlleva, como mayor productividad, conciliación con la vida familiar y calidad de vida. Pero el trabajo flexible por sí solo no asegura una distribución del tiempo más equitativa. Los estudios demuestran que hombres y mujeres usan la adaptabilidad de distinta manera: ellas hacen más trabajo doméstico y ellos amplían sus esferas laborales. Por tanto, es necesario un esfuerzo adicional.
“Este proyecto no está solo, viene acompañado de avanzar hacia un Sistema Nacional de Cuidados, en donde se reconozca, valorice y redistribuya la carga de los cuidados que recae principalmente en las mujeres de nuestro país”, planteó el Ejecutivo al presentar, este martes, las indicaciones al proyecto de reducción de la jornada laboral a 40 horas. Lo hizo previo diálogo con distintos actores clave, considerando la adaptabilidad y gradualidad en su implementación y la corresponsabilidad social de los cuidados como fundamento.
Chile es uno de los 7 países de la OCDE con menor productividad laboral medida en términos de PIB por hora trabajada, y es la tercera nación, junto con Turquía, con la jornada ordinaria más extensa. En paralelo, la brecha de género en participación laboral continúa en torno al 20,4% en desmedro de las mujeres, con mayor informalidad (28,2%) o debiendo trabajar en jornada parcial (26,2%) para conciliar sus labores con los cuidados familiares. Muchas, simplemente, se quedan en casa por la misma razón.
Si consideramos la carga global de trabajo -es decir, la suma del remunerado y no remunerado- esta llega a más de 55 horas semanales para las mujeres, un exceso que repercute en su salud física y mental y en sus posibilidades de acceder y permanecer en un empleo formal.
Retomar la discusión de la jornada laboral ofrece, así, la oportunidad de repensar estrategias para una organización más justa de los tiempos de trabajo y los beneficios sociales que conlleva, como mayor productividad, conciliación con la vida familiar y calidad de vida.
Pero el trabajo flexible por sí solo no asegura una distribución del tiempo más equitativa. De hecho, los estudios demuestran que ambos usan la adaptabilidad de distinta manera: ellas hacen más trabajo doméstico y ellos amplían sus esferas laborales. Por tanto, es necesario un esfuerzo adicional.
Desde ComunidadMujer hemos planteado que es fundamental garantizar el equilibrio entre los poderes de negociación a través de cláusulas de cuidados en los convenios colectivos y, dada la baja sindicalización, discutir cómo hacer que estos acuerdos sean viables para la mayor parte de la población ocupada. Asimismo, en materia de regulación, avanzar hacia la equiparación de derechos parentales de mujeres y hombres, como la postergada sala cuna universal. También, que se promuevan esquemas de permisos de cuidados diversos, como el proyecto de ley que amplía el permiso para el padre trabajador en caso de nacimiento de un hijo/a. Y, por cierto, el incentivo e impulso de buenas prácticas empresariales.
La Mesa Técnica que abordó la reducción de jornada en 2019, y en la que participamos desde la sociedad civil, propuso, en base a la experiencia de Finlandia, la creación de una Estrategia Nacional para la Calidad de Vida Laboral. Debemos alcanzar un consenso entre los actores sociales sobre la relevancia de crear una cultura laboral corresponsable, compatible con nuevas formas de trabajo, que se ajusten a las necesidades de las personas a lo largo de su ciclo de vida.
Por Alejandra Sepúlveda Peñaranda, presidenta ejecutiva de ComunidadMujer
Columna publicada en La Tercera