¿Qué pasa con el «trabajo invisible» que implica la organización y administración del hogar y el cuidado de sus integrantes? A esto se le llama «carga mental», que tiene que ver con la planificación, gestión y monitoreo de estas tareas indispensables para la vida en sociedad. Es una sobrecarga que, por cierto, responde a los roles de género tradicionales, enquistados en la cultura. Las mujeres son las que se transforman en estrategas y malabaristas, procesando gran cantidad de información que deben recordar y programar, y luego hacer.
La distribución del uso del tiempo diario constituye una dimensión central en la vida de las personas y en la superación de las desigualdades de género. Así, las horas que mujeres y hombres destinan al trabajo remunerado y no remunerado, y a sus actividades personales, están determinadas por factores normativos y socioculturales que persisten de manera casi inmutable, perpetuando las brechas e impactando de manera diferenciada sus niveles de bienestar físico, mental y económico.
La situación sanitaria por Covid-19 proporcionó la mayor evidencia planetaria sobre la crisis de los cuidados, que antes resultaba invisible, escondida detrás de la puerta de los hogares, como un asunto privado de cada familia. Entonces ésta emergió en toda su amplitud y crudeza, con pocas posibilidades de solución a la vista.
¿Qué significó la pandemia en cuanto a nuevas cargas para las mujeres? Entre otras cosas, con el cierre de escuelas y jardines infantiles, y siendo los adultos mayores población de riesgo, las redes de cuidado institucionales e informales se redujeron a su mínima expresión, obligando a las mujeres a hacerse cargo prácticamente por completo del hogar, hijos/as, personas dependientes y la educación en línea, tal como demostró el difundido estudio- radiografía del «hombre cero». Producto de ello, la participación laboral de ellas retrocedió una década y, aun cuando esta tasa se ha recuperado acercándose a los niveles pre pandemia, la brecha entre hombres y mujeres persiste y alcanza más de 20 puntos porcentuales [INE 2022].
Los cuidados son en Chile la principal causa de inactividad, de subempleo horario (tiempo parcial involuntario(— y también de informalidad laboral; lo que evidentemente dibuja un panorama poco auspicioso para la autonomía de las mujeres, demandando más acción de la política pública —con una esperada y muy postergada reforma al código laboral— y también del mundo empresarial. Así, del total de chilenas que se encuentran fuera de la fuerza de trabajo (inactivas), más de un tercio (34,3%) señala no poder conciliar una actividad remunerada con responsabilidades familiares permanentes, mientras que entre los hombres, este porcentaje apenas alcanza al 2,8% [ENE, trimestre móvil abril-junio 2022].
De hecho, las mujeres adultas de entre 25 y 54 años a las que les está costando más conseguir un empleo formal son las que tienen hijos/as menores de 15 y al menos uno/a menor de 6 años. Además, en 2022, de las más de 978 mil mujeres trabajan que en Chile trabajan entre 1 y 30 horas semanales (26,2%), 11.844 (5,2%) de ellas esgrimen como única razón para optar por el tiempo parcial el cuidado de personas dependientes. En contraste, de los 713.976 (14%) hombres que trabaja en este tramo horario, solo 1.303 (0,6%) lo hacen por labores de cuidado [SERIE COMUNIDADMUJER #52 2022].
Un estudio [BERNIELL et. al 2019] da cuenta de que el nacimiento del primer hijo/a implica una disminución de la oferta de trabajo de las madres y de su salario por hora, mientras que los trabajos a tiempo parcial aumentan de manera importante. Esa llegada del primer hijo/a también es un antes y un después en cuanto a la idea que tienen las parejas de cómo repartirse roles y responsabilidades en el hogar si ambos trabajan remuneradamente. Quienes antes lidiaban de manera equitativa con la distribución del trabajo doméstico, se encuentran con otro escenario cuando se suma el cuidado de niños/as. De hecho, sólo una de cada diez parejas heterosexuales se declara corresponsable. La balanza siempre inclina la carga hacia las madres trabajadoras [SERIE COMUNIDADMUJER #43 2018].
Así, llegamos a que la carga global de trabajo (la suma del remunerado y no remunerado) en una semana tipo es de 55,5 horas para las mujeres versus 42,6 horas de los hombres; lo que redunda en pobreza del tiempo para ellas, causante de grandes problemas de salud física y mental (estrés, depresión).
Todas las cifras aquí mencionadas sólo reflejan una parte del problema: ¿qué pasa con el «trabajo invisible» que implica la organización y administración del hogar y el cuidado de sus integrantes? A esto se le llama «carga mental», un concepto que forma parte del mismo fenómeno, pero que ha sido menos explorado en Chile, y que tiene que ver con la planificación, gestión y monitoreo de estas tareas indispensables para la vida en sociedad. Es una sobrecarga que, por cierto, responde a los roles de género tradicionales, enquistados en la cultura. Las mujeres son las que se transforman en estrategas y malabaristas, procesando gran cantidad de información que deben recordar y programar, y luego hacer.
En 2022, ComunidadMujer realizó un primer esfuerzo por visibilizar esta realidad con la campaña «Carga mental: estar a cargo también es carga», cuyo spot tuvo más de setecientas mil reproducciones. El mensaje que quisimos entregar es que no solo se debe ejecutar la instrucción, sino que también es necesario pensarla y gestionarla para su funcionamiento, haciendo un llamado de atención a aquellos hombres que asumen un rol pasivo, a la espera de que les digan qué hacer, aún cuando reconozcan tener la mejor disposición para «ayudar».
Pero lo que no se mide no existe, y en Chile no hay estudios que nos muestren la real dimensión de este problema. Por ello necesitamos contar con mediciones periódicas e institucionalizadas que permitan tener una mejor aproximación al fenómeno de la carga mental, también como una dimensión del Uso del Tiempo. Es fundamental reconocer esta realidad, para reducirla y redistribuirla —las llamadas 3R—, e implementar políticas públicas y empresariales que faciliten la corresponsabilidad familiar y social de los cuidados.
La buena noticia es que ya hay un compromiso gubernamental de aplicar una Segunda Encuesta de Uso del Tiempo a nivel nacional en 2023. Con esos datos actualizados se podrá volver a medir el aporte de los cuidados a la economía del país, como lo hizo ComunidadMujer en 2020, concluyendo que esta labor equivale a un 22% del PIB ampliado. Y también podría crearse una cuenta satélite de hogares que contribuya al mejor diseño de políticas públicas tan relevantes como un Sistema Nacional de Cuidados progresivo en su universalidad, suficiente e inclusivo, que entienda que a lo largo de la vida todas las personas necesitarán cuidar a otros, ser cuidados y también autocuidarse. Por lo mismo, es la sociedad en su conjunto la que debe responder a esta necesidad y no solo las mujeres.
Por Alejandra Sepúlveda, presidenta ejecutiva de ComunidadMujer
Columna publicada en Ciper Chile